sábado, 19 de abril de 2014

Natalicio de José de Diego Martínez

José de Diego Martínez
(Padre de la raza)
(Aunque su natalicio es el 16 de abril de 1866, se conmemora este próximo lunes)


A Laura

LAURA MÍA: ya sé que no lo eres;
mas este amor, que ha sido flor de
un día, se olvida a solas de que
no me quieres.

Y, en medio de mi bárbara agonía,
¡te llama a gritos, con el mismo grito
de aquellos tiempos en que fuiste mía!

Yo necesito hablarte, necesito
saber por qué me arrojas al destierro,
de tu perjuro corazón proscrito,
cuando feliz en su adorable encierro,
al ideal querido me acercaba,
con fe sublime y voluntad de hierro;

Cuando mi voz triunfante te aclamaba
¡y ya mi pobre alma, ánima en pena,
con las alas abiertas te aguardaba!

Yo aun te defiendo, porque tú eres buena
y de tu dulce corazón no pudo
brotar la amarga hiel que me envenena;

De esta espantosa realidad aún dudo
y no sé quién me preparó, cobarde,
por detrás y a traición, el golpe rudo.

Ya es tarde, Laura: por desgracia
es tarde; mas si estás inocente....,
¿por qué muda, si aún la pasión
en mis entrañas arde?

Prestárame tu voz su noble ayuda,
cuando al altar de nuestra fe sencilla
cubrió el velo de sombra de una duda....

La luz se impone: la inocencia brilla...
¡Tú bien pudiste disipar la sombra,
hija del sol trigueño de Aguadilla!

¡Aún tu silencio criminal me asombra!
¡Aún hay un labio, a la traición cerrado,
huérfano de tus besos, que te nombra!

¡Aún me acuerdo del ángel malogrado,
verbo de nuestro amor, como el Dios hijo,
concebido sin mancha ni pecado!

Aún al ángel en sueños me dirijo...,
¡larva de luz, que en el sutil capullo
no sintió de la vida el regocijo!

¡Aún me enardece el lánguido murmullo,
que repercute el eco en mi memoria,
de tu primer voluptuoso arrullo!

Tú sabes bien que es dulce nuestra historia,
y que este infierno, a que el amor me lanza,
fue cielo un día y comenzó en la gloria.

Agita en ti la muerta remembranza
de aquel momento, del momento triste
en que puse en ti mi esperanza.

¡Y te verás culpable! Si, lo fuiste...
No sé por qué presentimiento extraño
yo quise huir... y tú me detuviste.

Recia batalla el día del engaño
libraron el amor y el egoísmo,
que adivinaba mi futuro daño.

Mi pobre corazón es siempre el mismo...
¡Ángel guardián, que con temor me augura
la presencia secreta del abismo!

Pero ¿quién, que haya visto tu hermosura,
sabe si es luz de sol o de centella
la que en tus ojos de mujer fulgura...?

¡Cuidado que eres cariñosa y bella!
¡Qué tarde aquella la de aquel gran día!
¡Qué día aquel el de la tarde aquella!

¡Aún vive en mis oídos la armonía
con que la danza comenzó gimiente,
como una niña enferma que sufría,
y en mis ojos tu imagen sonriente,
como un ángel asido por un ala,
del brazo mío y de mi amor pendiente!

Mi dolor es horrible; pero exhala,
como el opio que abate y que sahúma,
su ardiente esencia en vaporosa escala.

Y, esperando que mi alma se consuma,
absorbo, en el recuerdo adormecido,
el tósigo que brilla y que perfuma....

¡Ay, porque va mi corazón herido
muriéndose de frío, poco a poco,
como se muere un pájaro sin nido!

Porque aún te quiero y mi dolor sofoco
y, en medio de este malestar sublime,
tengo accesos de furia, como un loco,
en que el león enamorado gime...
¡y una venda de sangre, que me ciega,
y una cosa en el pecho, que me oprime!

En la callada y pertinaz refriega,
que pensamiento y corazón sostienen,
triunfa el delirio y la razón se entrega.

Dulces recuerdos a alentarme vienen
de mis benditos lares borinqueños,
que algo del fuego de tus ojos tienen,
y, del incendio que provocan dueños,
te hacen surgir: entre las llamas brillas.

Vesta inmortal del templo de mis sueños,
¡y cae el pensamiento de rodillas
vencido, al fin, y en largo desvarío
te jura el pobre corazón que humillas
que, hasta que sienta de la muerte el frío,
serás tú mi alimento cotidiano,
pan de azucena del anhelo mío!

Mas, no por eso me verás, villano,
en aras de este amor que me atormenta
sacrificar mi dignidad en vano.

Yo sé luchar, la juventud me alienta
y tengo, a fuerza de correr los mares,
la frente acostumbrada a la tormenta.

Y si no puedo, en bien de mis pesares,
lanzar tu efigie de mi pecho inerte,
como se arroja a un dios de sus altares,
sabe que a los sarcasmos de la suerte;
más débil sigue el corazón latiendo,
pero también la voluntad más fuerte.

No temas verme sucumbir; comprendo
que hay una sima entre los dos abierta,
y ha de estar siempre, ante el abismo horrendo,
el centinela del honor alerta;
¡no temas, pues, que el desdeñado altivo,
limosnero de amor, llame a tu puerta!

Y si te escribo, Laura, si te escribo,
es que no puedo padecer ya tanto
sin dar a mi amargura un lenitivo;

¡Es que me ahoga y que me ciega el llanto
y, cual huyen del rayo las gaviotas,
huye del alma tormentosa el canto,
que se revuelca, en abrasadas notas,
con el dolor del águila viuda,
que cae del cielo con las alas rotas...!

No es que mi pena, que mi pena aguda,
como a un sepulcro, a remover el fuego
del amor muerto, a tu piedad acuda,
ni a reclamar el juramento ciego
que, pálida de amor, me hiciste un día
con voz tímida y leve, como un ruego...

¡Es que entona su última elegía,
canto de cisne, doble de campana,
esta pasión asesinada mía!

¿Y tú, en tanto, qué piensas...? Si mañana
la luz extinta a resurgir volviera,
siniestra luz que del carbón emana,
¿saldrás indemne y pura de la hoguera?
¡Tal vez vuelve la vida a los desiertos
y torna al alma la ilusión primera!

¡Cuidado, Laura!, que los sueños muertos,
ángeles catalépticos que agitan
sus alas en la sombra, están despiertos
y a los reclamos del amor se irritan.....
¡Entiérrame muy hondo y ten cuidado,
que los muertos del alma resucitan!

Pero no podrá ser: miro asombrado
que aquella de una noche breve historia
fue una leyenda de hadas, que ha acabado.

Ficción no más, relámpago de gloria
que encendió en mí un altar y que ha tenido
cuna en tus ojos, tumba en tu memoria.

Echa tú el cuento de hada al olvido
y no turbe tus goces el desvelo
de éste, que es tuyo, corazón rendido.

Vive tú: muera yo: nunca mi duelo
te asalte en sueños, cual visión extraña....,
¡y que Dios te perdone desde el cielo,
como yo te perdono desde España!
por los bosques recónditos y umbríos,
nacen las pomarrosas
pálidas, escondidas y aromosas,
lejos del sol, como los versos míos....

En el suelo feraz, que al agua inunda,
yérguese el tronco en la raíz profunda,
al son perpetuo del raudal sonoro;
¡y absorbe, en cada poro,
el jugo que le nutre y le fecunda
y el resplandor de sus manzanas de oro!

Como los astros, al tocar su meta,
brillan las pomarrosas reflejadas
en el móvil cristal de la onda inquieta....
¡y como las granadas
y como las canciones del poeta
flotan sobre la tierra coronadas!

¡Oh, fruto, en que la flor se transfigura,
sin dejar de ser flor! ¡Tierna hermosura,
que la fragancia con la miel reparte,
y es perfume y dulzura
y símbolo, en que muestra la natura
la virginal maternidad del arte!

¡Cuán misterioso de la tierra el seno!
La sombra de la muerte se difunde
en el abismo, de amarguras lleno...
¡El tártago se hunde
y, en vez de néctar de la vida, infunde
y alza a la flor maléfica el veneno!

Mas, no la pomarrosa, que transmuta
en rica savia y en potencia fuerte
la ponzoña que infiltra la cicuta...
¡Así mi alma convierte,
como el arbusto de la blanca fruta,
la sombra en la luz y en la navidad la muerte!

¡Amor!, ¡Dolor!, ¡Corriente combatida!
¡Esperanza inmortal!, ¡Anhelo santo!
¡Ondas de mi alma y ondas de mi vida!
¡Fecundidad del llanto!
¡Renacimiento de la fe perdida!
¡Pomas del bien y rosas de mi canto!

¡Bendecid a las áureas pomarrosas,
que en las orillas de los viejos ríos
se elevan escondidas y aromosas!
¡Amad los desvaríos
del alma triste que, en los versos míos,
saca los frutos del abismo en rosas!